Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Juan 3:16
Jamie no recibió el amor y la aceptación que necesitaba de parte de su padre. Me contó (Dave) que nunca escuchó decir a su padre: "Te quiero" o "Estoy contento de que seas mi hija". Su padre era bondadoso y cariñoso en la iglesia y frente a otras personas, pero en la casa era: " Jamie, ahora estoy muy ocupado" o " Jamie, déjame tranquilo ¿no ves que quiero descansar?" Pero la hermana gemela de Jamie parecía no hacer nada mal; ella era querida y aceptada. "¿Y por qué yo no?" se preguntaba Jamie.
No hay duda alguna que orando aprendemos a orar y cuanto más oramos, con más frecuencia podemos orar y mejor oramos. El que sólo ora de tarde en tarde nunca puede alcanzar aquel estado valioso de la oración fervorosa.
Tenemos a nuestro alcance un gran poder en la oración, pero tenemos que trabajar para obtenerlo. No imaginemos jamás que Abraham hubiese podido interceder por Sodoma con tanto éxito si durante todo el tiempo de su vida no hubiese estado constantemente en comunión con Dios.
Con brazo firme y cubierto con su mandil, el herrero pone sus tenazas en el fuego, sujeta el metal caliente y lo coloca sobre el yunque. Con aguda mirada estudia la resplandeciente pieza. La ve como es ahora y piensa cómo le gustaría que sea: más filosa, más chata, más ancha, más larga. Teniendo en su mente la precisa figura, comienza a golpearla. Con la mano izquierda sujeta la pieza caliente con las tenazas y con la derecha da golpes con la almádena de dos libras sobre el metal moldeable.
En el duro yunque, el dúctil hierro es modelado.
El herrero sabe la clase de instrumentos que quiere. Sabe la medida. Sabe cuan precisa lo desea. Sabe con qué fuerza lo necesita.
¡Plang! ¡Plang! Golpea el martillo. En la herrería se escucha el ruido, el aire se llena de humo mientras el suave metal responde.
Una vez había un hombre llamado Jorge Thomas, pastor en un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra. Un Domingo de Pascua llegó a la iglesia cargando una jaula de pájaros mohosa, doblada y vieja, y la coloco sobre el pulpito. Se fruncieron varios ceños y, a manera de contestación, el pastor Thomas comenzó a hablar.
"Estaba caminando por el pueblo ayer, cuando vi un niño joven caminando hacia mí meciendo esta jaula de pájaros. En el fondo de la jaula, había tres pequeños pajarillos salvajes, temblando de frío y de miedo. Detuve al muchacho y le pregunte, "¿Qué llevas ahí, hijo?" "Son tan solo unos viejos pájaros" fue la respuesta. "¿Y que vas a hacer con ellos?" le pregunte.
No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes tuvieron un conflicto.
Este fue el primer conflicto serio que tenían en 40 años de cultivar juntos hombro a hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes en forma continua.
Esta larga y beneficiosa colaboración terminó repentinamente. Todo comenzó con un pequeño malentendido y fue creciendo hasta llegar a ser una diferencia mayor entre ellos, hasta que explotó en un intercambio de palabras amargas seguido de semanas de silencio.
Una mañana alguien llamó a la puerta de Luis. Al abrir la puerta, encontró a un hombre con herramientas de carpintero: "Estoy buscando trabajo por unos días", dijo el extraño, "quizás usted requiera algunas pequeñas reparaciones aquí en su granja y yo pueda ser de ayuda en eso".