Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.
Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.
A veces los hijos de Dios nos comportamos como niños malcriados. Cuando le pedimos algo al Señor en oración hay tres posibles respuestas que el Señor nos puede dar: Si, No, Espera.
Cuando nos responde que sí estamos felices, alabamos su nombre, somos cristianos muy espirituales cuando el Señor contesta nuestras oraciones afirmativamente.
Cuando la respuesta es no, a veces nos comportamos como el niño que viajaba en tren con su madre y su niñera: el niño vio una avispa revolotear contra el vidrio de la ventanilla y comenzó a pedirle a su nana que le diera aquello, la niñera le dijo que no y el niño se puso a llorar, su madre entretenida leyendo una revista ni siquiera sabía lo que pedía su hijo.
Había una vez un hombre que calumnió grandemente a un amigo suyo, y todo por la envidia que le tuvo al ver el éxito que había alcanzado. Tiempo después se arrepintió de la ruina que trajo con sus calumnias a ese amigo, y visitó a un hombre muy sabio a quien le dijo: "Quiero arreglar todo lo que hice, ¿Cómo puedo hacerlo?", a lo que el hombre sabio respondió: "Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suelta una donde quiera que vallas".
El hombre muy contento por aquello tan fácil tomó el saco lleno de plumas y en el cabo de un día las había soltado todas. Volvió donde el sabio y le dijo: "Ya he terminado", a lo que el hombre sabio contestó: "Esa era la parte fácil...ahora debes volver a llenar el saco con esas mismas plumas que soltaste, sal a la calle y búscalas".
Cuando yo era pequeño, mi mamá solía coser mucho. Yo me sentaba cerca de ella y le preguntaba que estaba haciendo. Ella me respondía que estaba bordando. Observaba el trabajo de mi mamá desde una posición más baja que donde estaba sentada ella, así que siempre me quejaba diciéndole que desde mi punto de vista lo que estaba haciendo me parecía muy confuso.
Ella me sonría, miraba hacia abajo y gentilmente me decía: "Hijo, ve afuera a jugar un rato y cuando haya terminado mi bordado te pondré sobre mi regazo y te dejaré verlo desde mi posición". Me preguntaba por que usaba algunos hilos de colores oscuros y por qué me parecían tan desordenados desde donde yo estaba. Unos minutos más tarde escuchaba la voz de mi mamá diciéndome: "Hijo, ven y siéntate en mi regazo."
"Todo el día es ella [tu ley] mi meditación". Salmo 119:97
La meditación en la Palabra de Dios no tiene que terminar cuando se concluye el devocional. Uno puede continuar la bendición llevando consigo las Escrituras durante todo el día. Algunas personas memorizan un pasaje o lo escriben en una tarjeta para poder leerlo cuando tienen unos momentos libres.
Un ingeniero usa sus recesos para seguir reflexionando en la Palabra de Dios. Las amas de casa pegan versículos en la nevera o en el espejo del baño. Los camioneros colocan porciones de la Biblia en el tablero de instrumentos.