Amigo del creador del universo

Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.
Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.
No me elegisteis vosotros a mí sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. Esto os mando: Que os améis unos a otros.
Juan 15:12-17

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El collar de color turquesa azul

El hombre que estaba tras el mostrador, miraba la calle distraídamente, una niñita se aproximó al negocio y apretó la naricita contra el vidrio de la vitrina. Los ojos de color del cielo brillaban cuando vio un determinado objeto. Entró en el negocio y pidió para ver el collar de color turquesa azul.

  • Es para mi hermana. ¿Puede hacer un paquete bien bonito?. -dice ella.

El dueño del negocio miro desconfiado a la niñita y le pregunto:

El sapo y la rosa

Había una vez una rosa roja muy hermosa y bella. Se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos. Un día se dio cuenta de que al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro y que era por eso que nadie se acercaba a verla de cerca. Indignada ante lo descubierto le ordeno al sapo que se fuera de inmediato; el sapo muy obediente dijo:
-"Esta bien, si así lo quieres... "

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Dar alegría

Dos hombres, ambos enfermos de gravedad, compartían el mismo cuarto semi privado del hospital.

A uno de ellos se le permitía sentarse durante una hora en la tarde, para drenar el líquido de sus pulmones. Su cama estaba al lado de la única ventana de la habitación.

El otro tenía que permanecer acostado de espaldas todo el tiempo.

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Elogio de la lentitud

Llegamos cada día más rápido a lugares donde estamos menos tiempo. Dedicamos nuestra atención más a movernos que a estar. Además, cuanto más nos movemos, menos nos encontramos.

Entre ronquidos y gemidos, el temible dragón arrastra a gran velocidad sobre caminos de hierro los veinte carros tomados de su cola como si fueran livianas criaturas. El dragón arroja chispas y llamas en la oscuridad del túnel. Pero a pesar de tan violento estruendo, un ser humano con su dedo somete al monstruo a su voluntad.

Así relataba, en 1835, el aristócrata alemán Friedrich von Raumer su primer viaje en tren entre Liverpool y Londres. A partir de esa revolución producida en la historia del transporte, vivimos en una cultura dominada por la convicción de que el destino del hombre es la aceleración ilimitada. Esta idea, tomada del mundo de las máquinas en el que vivimos, es la que nos ha trazado como objetivo central el hacer desaparecer la distancia y el espacio.

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