Discriminación

“Recuerden que cada uno debe amar a su prójimo como se ama a sí mismo. Pero si ustedes le dan más importancia a unas personas, y las tratan mejor que a otras, están pecando y desobedeciendo la ley de Dios” (Santiago 2: 1-9, vs. 8 y 9)

En la teoría, de acuerdo. ¿Y en la práctica?

  • ¿Me preocupa el bienestar –físico, emocional, espiritual, social, económico- de las personas que Dios pone cerca de mí?
  • ¿Cómo trato al diferente a mí en cualquier sentido?
  • ¿Intento integrar a la persona “nueva” a mi grupo de pertenencia?
  • ¿Escucho y respondo con la misma atención y amabilidad a todos?
  • Mis actitudes, ¿hacen sentir cómodas y valoradas a las personas que me rodean?
  • ¿Pienso o me refiero a otros/as diferentes (por su situación económica, intelectual, social, racial, y aun religiosa) con palabras y actitudes peyorativas o descalificadoras?

 “Las personas pueden olvidar lo que les dijiste, las personas pueden olvidar lo que les hiciste, pero nunca olvidarán cómo las hiciste sentir”.

Jesús fue nuestro ejemplo máximo al tratar con respeto y bondad a los discriminados de su época: pobres, extranjeros, mujeres, enfermos, niños y niñas, viudas y huérfanos.

Y por casa… ¿cómo andamos?

Equipo Con-trato Amable

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