Pensando en voz alta. El silencio de Dios

Uno de los argumentos que más utilizan los ateos para justificar su no creencia en Dios es el ya clásico por qué permite Dios por qué calla Dios. Los creyentes respondemos que Dios no es el culpable de nuestras desgracias, sino es el mismo hombre quien escoge libremente apartarse de Dios, cosechando las consecuencias.

Sin embargo, he observado que aun en los creyentes existe a veces una especie de espina clavada en el corazón. No que queramos llamar a Dios a juicio ni pedirle explicaciones pero, de alguna manera, desearíamos ver mas de lo que vemos. Quisiéramos oír a Dios de una forma más clara, entender todo lo que no entendemos y explicar lo que no sabemos. Claro que aceptamos con reverencia, y a veces con resignación, lo que el Señor dispone para nosotros y entendemos que sabe mejor lo que nos conviene, pero oramos con todo nuestro corazón y nos gustaría alcanzar mas de lo que solemos conseguir. ¿Qué creyente no desearía mas respuestas a sus oraciones? Eso es bueno y legitimo.

El problema se presenta cuando el deseo se convierte en exigencia y empezamos a reclamar a Dios, como si él nos debiese algo. Reaclamar es una palabra que esta de moda en la iglesia de Jesucristo, y yo creo firmemente que debemos reclamar al enemigo todo lo que nos ha robado todo aquello que es nuestro porque Cristo lo conquisto para nosotros o simplemente porque las promesas de Dios nos lo han entregado a través de Jesús. Debemos tomar nuestra posición en Cristo y no creer la mentira de Satanás, que nos dice que somos miserables y esclavos y que de todas formas estamos condenados y bajo maldición. Somos hijos de luz y debemos caminar y vivir como tales.

Pero tengamos cuidado con comenzar a reclamarle al Señor, como si tuviésemos algún derecho sobre él, o como si él estuviese atado a algo o a alguien, como si el hecho de ser cristianos implicase tener todo lo que pedimos, sin contar para nada con la soberanía de Dios y olvidando que sus caminos son distintos a los nuestros.

Hay creyentes que hablan de Dios con una ligereza asombrosa, como si le tuviesen en un puño o pudiesen dominarle, reclamarle y exigirle, exactamente de la misma forma en que un hijo mal educado le exige a su padre. Y el verdadero problema viene cuando Dios decide intervenir de repente se les desmorona toda su teología para dar lugar a la más completa frustración. Por ese camino muchos han llegado a la conclusión de que Dios ya no escucha o responde a la oración como solía hacerlo en tiempos pasados, esto les ha llevado incluso a renegar de la fe, por el hecho de no haber recibido la contestación que esperaban a su petición. Porque si nuestra relación con Dios se limita a una especie de contrato por el cual él esta obligado a atender a todas nuestras demandas, terminaremos desorientados y heridos. Somos ignorantes en cuanto al protocolo divino si pretendemos controlar a Dios con nuestros argumentos o deducciones. El no se deja manipular por los gritos histéricos del hombre que se acerca exigiendo y reclamando. No estamos en condiciones de reclamar nada. Es él quien tiene mucho que reclamarnos y haremos bien en reflexionar un poco acerca de nosotros mismos, antes de comenzar a cuestionar la capacidad auditiva de Dios. El problema no esta en él, sino en nosotros, y además no es una cuestión de oído, sino de vista.

Esta es mi reflexión, ¿Has examinado alguna vez las respuestas que daba Jesús a la gente, en los evangelios? ¿Te has dado cuenta de que, en muchos casos, la contestación no tenia nada que ver con la pregunta que se le había formulado? Un hombre le pregunta como se puede nacer otra vez, y él le habla del viento, que sopla de donde quiere y se puede oír, pero nadie sabe a donde va. Una mujer le pide agua, y él le pregunta por su marido. Otro hombre quiere saber quien es su prójimo, y Jesús responde contando una historia a la multitud. A algunos que intentaban sorprenderle con cuestiones de la ley, él les devuelve otra pregunta, consiguiendo que no se atrevan a preguntarle más. A otros les contesto directamente al corazón sin que llegaran articular ni siquiera una palabra. En cambio, cuando Pilato le interroga y quiere saber la verdad, Jesús simplemente decide no responder. ¿Qué hay detrás de sus extrañas respuestas, sus historias, preguntas y silencios?

Simplemente visión divina. Dios no mira lo que esta delante de los ojos, como hace el hombre, porque ve el corazón. No se deja impresionar por las palabras utilizadas ni responde necesariamente a la cuestión planteada, porque él aborda directamente lo que esta viendo el interior, el motivo real, la herida que esta detrás, el pensamiento oculto, la intención del corazón, aquello que nadie a visto y que en ocasiones ni uno mismo sabe. Por eso, muchas veces la respuesta no tiene nada que ver con la pregunta. Él sabe que Pilato no necesita una contestación. Sabe que el problema de la samaritana no es una posición teológica sobre el tema de la adoración, y que el joven rico no necesita escuchar otra vez los diez mandamientos para volver a justificarse en publico. Y él sabe también lo que hay detrás de mi oración, en lo más profundo de mi ser, cada vez que doblo mis rodillas delante de su presencia.

Por eso, si Dios no contesta, o si yo no recibo la respuesta, o si lo que él me envía no corresponde con mi oración, no es un problema de su oído sino de mis ojos. Porque él esta viendo algo que yo aun no he visto, y la cuestión no es saber si me dará lo que le pido sino aprender a discernir lo que esta ocurriendo en esferas espirituales. Cuando alguien se queja constantemente de que Dios no escucha, no es un problema de sordera en los cielos sino de miopía espiritual en la tierra. Creo que esa es la razón por la que Pablo ora por los efesos (ef.1,18), para que Dios abra los ojos de su entendimiento. Desde estas líneas hago mía esa oración.

POR MARCOS VIDAL.

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