Hijos para siempre

Escrito en .

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Juan 1:12-13

Tú eres un hijo de Dios; este es un derecho otorgado por Dios. Cuando vi (Dave) a mi primer hijo venir al mundo, decidí ponerle mi nombre, primero y último. No solamente que el pequeño Dave lleva mi nombre sino que mi sangre corre por sus venas. ¿Hay algo que el pequeño Dave pueda hacer para cambiar esa relación de sangre conmigo, su padre? ¿Y si se escapa de casa y se cambia el nombre? ¿Y si me repudia? ¿Seguiría siendo mi hijo? ¡Por supuesto!

Estamos emparentados por sangre y no hay nada que pueda cambiar ese hecho.

Ahora bien, ¿hay algo que él puede hacer que afecte nuestra manera de llevarnos como padre e hijo? ¡Sí! Cada vez que el pequeño Dave me desobedezca, la armonía de nuestra camaradería se interrumpe, pero nuestra relación jamás. Él es siempre mi hijo y yo siempre lo amo y lo acepto.

Cuando tú cometes un pecado, no destruyes la relación con Dios. Estás vinculado a él por medio de la sangre de Jesucristo: "Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro y plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación" (1 Pedro 1:18-19).

Cómo te ves a ti mismo sufrirá cuando desobedezcas su voluntad, pero has nacido de nuevo a la familia de Dios. Eres un hijo de Dios para siempre. Él siempre te amará y te aceptará.
Cuando pecas, no es necesario que vuelvas a aceptar a Cristo, simplemente, necesitas volver a la camaradería confesando tu pecado y renunciando a la manera en que te comportaste (1 Juan 1:9).

Entonces ¿dónde debes colocar tu esfuerzo en el proceso de crecimiento espiritual y madurez? No en tu relación de Dios porque no puedes hacer nada para mejorarla; solamente puedes continuar creyendo lo que es verdad. Eres un hijo de Dios si has recibido a Cristo en tu vida por fe. En cambio, trabaja para tener comunión con Dios; decídete a creer en tu corazón lo que él dice que es cierto y obedécelo.

El resultado será un auténtico crecimiento espiritual y paz con Dios al crecer y tener comunión con él.

Yo puedo decidir desobedecer y no vivir más en armonía con mi Padre celestial, pero eso no afectaría mi relación sanguínea. Y, siempre que determines creer la verdad y responder por fe en obediencia a Dios, vivirás en armonía con él. Es fundamental hacer esta distinción. Si yo creyera que es mi obediencia lo que determina mi estabilidad en la relación con Dios, estaría nuevamente sujetándome al legalismo.

Lógicamente, llegaría a la conclusión de que si desobedezco a Dios perderé mi relación filial con él.
Pero eso no es verdad; somos salvos por gracia, por medio de la fe, no por obras. Por otro lado, están quienes dicen: "Sé que Dios jamás me dejará", pero no logran vivir una vida victoriosa porque no le obedecen. Pero Jesús dijo: "El que me ama, mi palabra guardará" (Juan 14:23).

No somos salvos por como nos comportemos. Somos salvos por lo que creemos. Cuando comenzamos una relación con Dios por fe, podemos exclamar con Juan: "Mirad cuál amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios... Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (1 Juan 3:1-3). Este importante pasaje nos lleva nuevamente a pensar lo fundamental que es que sepamos que somos hijos de Dios, porque nos sirve de cimiento para vivir. La manera en que nos veamos a nosotros mismos tendrá un poderoso efecto en la manera en que vivamos.

Cuando Jesús instruyó a sus discípulos cómo orar ¿cómo empezó? Comenzó diciendo "Padre nuestro". Esta es la más importante intimidad y relación personal que podemos tener al dirigimos a Dios. Y, si él es nuestro Padre, entonces, nosotros somos sus hijos. ¿Tienes esta seguridad? Si no es así, hazlo ya, de una vez y para siempre.

Si no estás seguro de tu relación con Dios, te exhorto a hacer esta oración:
Querido Padre celestial, gracias por morir en la cruz en mi lugar, cargando con mi pecado. Me doy cuenta que no puedo tener una relación contigo basada en mis obras. Te agradezco que en Cristo estoy perdonado y ahora mismo te pido que vengas a mi corazón. Te recibo en mi vida. Creo que Jesús murió por mi pecado, resucitó al tercer día y confieso con mi boca que Jesús es Señor.

Después de aceptar a Cristo ¿por qué nuestro pecado afecta nuestra comunión con Dios y no nuestra relación con él?

¿Cómo puedes enriquecer tu comunión con tu Padre celestial?

La mentira a rechazar:
Rechazo la mentira que puedo perder mi salvación cuando fallo en vivir en perfecta fe y obediencia, o que mi relación con Dios puede romperse debido a mi pecado.

La verdad a aceptar:
Acepto que no hay nada que pueda separarme del amor de Dios y que soy para siempre su hijo por medio de la sangre de Cristo.

Oración para hoy:
Vengo a ti como tu hijo. Te agradezco por darme vida eterna. Renuncio a cualquier mentira de Satanás que diga que no tengo derecho a ser llamado hijo tuyo. Te agradezco por darme ese derecho. No voy a volver a poner mi confianza en mí mismo; mi confianza está en ti y en el hecho que soy salvo, no por lo que haya hecho sino por lo que tú hiciste por medio de Cristo en la cruz. Acepto ser un hijo de Dios por el regalo gratuito que me has dado.
Lo recibo contento y lo acepto por toda la eternidad. Oro en el nombre de Jesús. Amén.

Imprimir